Nelson Díaz (El hombre de negro)
Escritor y periodista. Crítico literario en Planeta Radio (Sarandí 690 AM, Montevideo, Uruguay), revista Caras y Caretas y revista Dossier. Ha publicado poesía, novela y biografía. Sus últimos libros son Liturgia urbana, Rigor mortis, El oficio de contar (con ilustraciones de Hemenegildo “Menchi” Sabat, Ed. Alfaguara), El oficio de narrar (Alfaguara), Corporación Medusa y Memorias de un trovador. Conversaciones con Darnauchans (Ed. Planeta).
Saturday, May 02, 2015
Friday, May 03, 2013
Habladles
de batallas, de reyes y elefantes, de M. Énard
Tender
puentes
Vísperas
de Pascuas, 1506. Miguel Ángel se encuentra en Florencia. Ha
abandonado Roma debido a la tensa relación con el “Papa guerrero”
Julio II. En la ciudad donde esculpió el David, el genio
renacentista espera una carta del Sumo Pontífice que lime viejas
rencillas. La misiva que recibe, de manos de unos monjes
franciscanos, lo sorprende. Es de Beyazid II, el poderoso sultán de
Constantinopla, que lo invita a la capital del imperio Ottomano para
diseñar un puente sobre el Cuerno de Oro. Antes, el emperador turco
había rechazado los planos del mismísimo Leonardo Da Vinci para
construir la obra sobre el estrecho de Bósforo que divide Estambul.
Hasta aquí los hechos documentados (incluso se conservan los planos
de Da Vinci) pero nada se sabe de qué ocurrió con la invitación a
Miguel Ángel Buonarrotti. La anécdota, poco conocida, más allá
que ha sido consignada por algún biógrafo de Miguel Ángel, como
Giorgio Vasari por ejemplo, es el disparador del que se vale el
escritor francés Mathias Énard (Niort, 1972) para imaginar la
crónica de un posible momento de la Historia que ilumina todo un
período.
El
hipotético puente, una megaobra de haberse construido, es utilizado
en esta breve, y potente novela, como un artefacto metafórico que
aborda el choque cultural, religioso y político entre Oriente y
Occidente. Énard, que es profesor en Barcelona, lo plantea como un
intercambio cultural (una inmersión sería el término mas adecuado)
donde el lector acompañará a Miguel Ángel en el descubrimiento de
Constantinopla, de un Oriente legendario con su música y su poesía.
En
paralelo, el escritor francés plantea tres historias secundarias.
Las intrigas palaciegas en el entorno del sultán, que incluye una
conspiración contra el artista; la relación homoerótica de Miguel
Ángel con el poeta otomano Mesihi de Pristina, y la pasión que lo
une con una enigmática cantante y bailarina de origen granadino.
La
novela tiene varios puntos altos a destacar. La prosa de Énard
(autor de El manual
del perfecto terrorista, Zona,
y la reciente
Calle de ladrones,
entre otros) es seductora, llena de metáforas acertadas (pero no
edulcorantes) sumada a una estructura donde se alternan varios
narradores (aunque el principal sea Miguel Angel) e incorpora cartas
originales del artista, con un ritmo variado entre los capítulos,
algunos tan breves de apenas doce líneas.
Habladles
de batallas, de reyes y elefantes
-cuyo título remite a una cita de Kipling extraída de El
hándicap de la vida- es
una buen ejemplo de la solidez narrativa de Mathias Énard, cuyo
nombre viene sonando fuerte en Europa, porque demuestra cómo con lo
mínimo, apenas una anécdota perdida en la vida de un gran artista,
se puede crear una muy buena historia.
Habladles
de batallas, de reyes y elefantes,
de Mathias Énard. Editorial Mondadori, 2012, 182 pp. Distribuye
Sudamericana.
Thursday, January 31, 2013
Con el cineasta Ferruccio
Musitelli
La vida en fotogramas
Es considerado el pionero
de documental uruguayo. Tiene 84 años, una vitalidad envidiable y su
vida bien podría ser materia prima de una biopic. Una mirada
inteligente de un hombre que retrató buena parte de la historia
uruguaya de la segunda mitad del siglo XX.
El regreso estuvo signado
por años difíciles para la familia Musitelli. El joven Ferruccio,
con trece años, comenzó a trabajar, miestras cursaba paralelamente
el liceo nocturno. “Yo dibujaba bien. En el liceo nocturno tenía
un profesor –se llamaba Sifredi- que dibujaba en el suplemento
dominical del diario El Día. Ese hombre me incentivó muchísimo.
Eso coincidió con que durante el día trabajaba de mandadero en una
casa importadora de artículos de moda. Tenía que ir seguido a un
taller donde hacían sombreros que quedaba pegado a un estudio de
dibujo. Siempre me quedaba mirando por la ventana como dibujaban.
Recuerdo que un día, supongo que los tipos estarían cansado de que
los mirara desde la ventana, me invitaron a pasar. Les comenté que
dibujaba y me pidieron algunos trabajos. Les llevé unos en tinta
china que les gustaron”, rememora Ferruccio.
Casualidad o no –“la
mayoría de la cosas suceden por casualidad”, dirá Musitelli como
restándole importancia a los hechos- un aviso en el diario sellaría
para siempre su amor incondicional por la imagen. “Por un aviso en
el diario conseguí trabajo como ayudante de dibujante en el estudio
de Pablo Tchirky. Estuve un mes aproximadamente. Luego, un pintor
italiano, de apellido Ceria, que era amigo de mi padre, me llevó a
su taller. Allí estuve cinco años como pintor, hacía trabajos de
decorador. Esos fueron mis comienzos con la imagen. Primero me embalé
con la pintura y de ahí, casi de casualidad, derivé a la
fotografía. Como era adicto a la Biblioteca Nacional, empecé a
estudiar fotografía. Allí encontré una enciclopedia fotográfica
de Rodolfo Namia, escrita en 1903. En ese libro aprendí todo”,
resume Musitelli.
La imagen en movimiento
era otra de sus pasiones. Lo suficiente como para ver una y otra vez
Alexander Nevski o
Iván, el terrible, del genial
Sergei Eisenstein. Eran tiempos de cine
continuado donde se exhibía la misma película desde las 13 horas
hasta la noche. Y antes de cada exhibición se proyectaba un
documental o un corto de noticias. “Pasaban un noticiario que se
llamaba `Uruguay al día'. Fui hablar entonces con el director
Martínez Arbeleya. Pese a que era amigo personal de Francisco Franco
–incluso hacía los filmes propagandísticas de Franco- era un buen
tipo. Así fue que comencé a trabajar”.
Dibujo, fotografía y,
finalmente, filmación. ¿Qué fue lo que lo sedujo de la imagen?
Siempre es contar algo. Y
para contar tenés que tener una herramienta. Lo que hice fue ver las
herramientas que tenía y perfeccionarlas de acuerdo a mi necesidad.
Ese contar algo no tiene que ser forzosamente una historia. Me gusta
más registrar una situación que me produjo determinada impresión y
luego mostrarla. Yo documentaba lo que veía y me llamaba la
atención. Para eso había varios canales. Uno de ellos era el
económico. Necesitaba ganar algo, sino no podía hacer nada. Por
ejemplo, con un colega filmamos la pelea de Dogomar Martínez con Kid
Gavilán y nos fue muy bien. Nosotros sabíamos que el público que
no iba a ir al Palacio Peñarol, le iba a interesar ver la filmación.
Los cines se llenaron, hacían colas para verla. Con la pintura
también. Pintaba cuadros y los vendía ¿Ves el cuadro que está ahí
colgado? (Se refiere a La cacería del halcón)
Lo pinté cuando tenía 16 años, pero me equivoqué. Es muy grande.
No te lo compra nadie (se ríe). Después reduje el tamaño y algunos
se vendieron”.
De hecho, en su casa sobre
la avenida Millán hay varios cuadros de su autoría. En uno de ellos
se observa un girasol en un jarrón. Le pregunto sobre su significado
y asoma una sonrisa pícara. “Tiene su historia. Estábamos en
Italia con mi mujer y compró unos girasoles. Cuando llegamos a la
casa se lamentó de su corta vida. Quise retratarlos en todo su
esplendor, para perpetuarlos, como un regalo para Chispa”.
Chispa es su esposa desde
hace sesenta años. Ajena al piropo, le alcanza una foto en blanco y
negro. En la imagen se puede ver a Ferruccio suspendido en el aire,
sentado en una grúa casera, manejando una cámara. “Esta grúa la
hice hace veinte años. Y fabriqué otras cosas. Fui amigo de
Francisco Tastás Moreno, un personaje que hizo mucho por la
fotografía y el cine en este país. Él hizo las primeras máquinas
de revelar películas en blanco y negro y en color en 35 milímetros.
Siendo amigo de él, me nutrí de su habilidad y aprendí muchas
cosas. Así fue como hice una máquina de revelar películas color 16
milímetros. Luego la llevé a Buenos Aires y se la vendí al
hipódromo de La Plata. Ellos la necesitaban para filmar en colores
la llegada de los caballos en las carreras. Cuando era un final
cabeza a cabeza, la única forma de saber quién había ingresado
primero al disco era por el color de las casacas”, señala.
Cámara en mano
Usted ha realizado más
de un centenar de documentales. Acaso los más conocidos sean La
ciudad en la playa, Orientales
al Frente y Trabajadores
de la construcción. Este último
recibió el premio de la Crítica.
Orientales al Frente
es donde aparece la imagen de Líber Seregni que se ha repetido
cientos de veces. Queríamos otra cosa para el Uruguay.
Lamentablemente vino la dictadura. Trabajadores…
fue un lindo trabajo que hice por encargo del sindicato. Esa película
se perdió. Yo regalé algunos pasajes porque tenían que ver con el
Golpe de Estado. Era absurdo que me lo guardara para mí, para
tenerlo debajo de la cama. Marchó a Estados Unidos, a Italia,
Francia, Alemania…
¿Cómo vivió esos
años?
Con el tiempo me di cuenta
que fui muy cuidadoso. No me ponía en un primer plano. No me
interesaba lucirme, además era riesgoso. Una de las cosas que hice
fue reducir al mínimo mis herramientas de trabajo. Iba con un
bolsito y una camarita Nikon con un solo lente. Lo hacía para no
llamar la atención. Con el tiempo me enteré que eso de andar con
una máquina chiquita para pasar desapercibido ya lo había hecho,
aunque por otros motivos, Cartier Bresson. Igual no tuve suerte.
Recuerdo que una vez me sacaron de la cama a las tres de la mañana.
Estuve cinco días de plantón.
De algunos de esos
documentales, lamentablemente, ya no quedan registros.
Sí, por ejemplo el de una
familia italiana que vivía en una isla del río Negro. Yo trabajaba
en el noticiario alemán Emelco, propiedad de unos judíos que vivían
en Argentina. Con uno de los directores del noticiario, Enrique
Fabini, siempre salíamos a filmar al interior del país. Fuimos a
una isla del río Negro, que era un pequeño conglomerado humano.
Esta familia, de apellido Peletti, vivía de la caza y de la pesca.
Cazaban fundamentalmente jabalíes y carpinchos. Estuvimos un mes
viviendo a monte con ellos. Fue de lo más lindo que filmé en mi
vida
Otro de sus trabajos
más recordados y premiados es la serie de fotos del conventillo
Medio Mundo. Se lo ha llegado a comparar con un documento de corte
antropológico.
Se ha dicho eso sí, pero
me parece una exageración. Fue por el año 54 que hice ese trabajo.
Filmé y fotografié el Medio Mundo con una pequeña máquina Rolley.
Se expuso una serie veinticuatro fotos. En ese momento tuve la
impresión de que el Medio Mundo no iba a perpetuarse en el tiempo.
Uruguay estaba en una etapa pujante y me parecía extraño que tan
cerca del centro de Montevideo permaneciera por mucho tiempo un
conglomerado de personas de piel negra. No recuerdo quién me habló
del lugar, pero sí que no fue un trabajo por encargo. Recuerdo
también que existía una gran armonía dentro del predio, donde
vivía gente muy simple. No había otra manera de vivir allí sino
era en armonía. Entré y me dejaron fotografiar sin problemas a las
señoras que lavaban la ropa, los balcones con la ropa colgada, a los
niños jugando. Y creo que esa atmósfera se nota, se palpa, en las
fotografías. Algunas de ellas son de mucha ternura, espontánea.
Ninguna de las fotos fue preparada, ni posada.
También trabajó para
medios extranjeros.
Lo hice para la televisión
de Alemania Occidental y la Oriental, la RAI, la Unesco y la American
Broadcasting Company. Precisamente, trabajando para la American
Broadcasting, mientras esperaba en Cementerio Central para filmar
sobre el tesoro de las Masilotti, conocí a un periodista argentino
que se llamaba Dalmiro Coronel. Tiempo después me llamó diciéndome
que estaban necesitando un camarógrafo para filmar una entrevista
con (Eduardo) Víctor Haedo. Así fue que comencé a trabajar junto a
Roger Lindley, un periodista de la cadena. Comenzamos a trabajar en
varios países de América latina. Filmé a Jakqueline Kennedy y a
Kennedy cuando visitaron Colombia y Venezuela. También al Che
Guevara, a Fidel Castro. Estuvimos en Río de Janeiro cuando el
gobernador era Carlos Lacerda, opositor del entonces presidente Janio
Cuadros. A Lacerda lo filmé en la universidad dando el discurso que
fue lo que disparó el golpe militar que produjo la caída de
Cuadros. Estuve, no recuerdo si cuatro o cinco días. Filmé los
tranvías con los racimos humanos colgando de ellos y todo el
tránsito enloquecido. Todo eso lo pasó después la televisión
brasileña. Estuve presente, filmando las elecciones en Trinidad y
Tobago, cunado se independizó del Imperio Británico.
¿Cómo se lleva con la
nueva tecnología?
La fotografía está
muriendo. Ahora todo el mundo es fotógrafo. Cuando digo que está
muriendo me refiero a un aspecto de la fotografía. Por otro lado,
siento que se valorizó la percepción de la imagen. La gente mira
más, sabe mirar más, porque tiene más medios para hacerlo. Ahora
hay celulares y camaritas que son accesibles. Y la cámara te enseña
a mirar, a descubrir otro mundo.
Tuesday, January 22, 2013
El sentido de un final, de Julian Barnes
Memorabilia
En
Nada que temer,
un ensayo autobiográfico publicado en 2010,
Julian
Barnes buceaba
en los recuerdos familiares. El resultado era un ejercicio de la
memoria pero, advertía el británico, los hechos se van
(re)construyendo, modificando, desde la perspectiva de nuestro
presente. Entonces el autor de El
loro de Flaubert tenía
64 años y la muerte (la de sus padres, la aproximación de su final)
teñía todo el volumen. La frase que daba inicio al libro era
memorable: “No creo en Dios, pero le echo de menos”. Ahora, tras
su incursión en el relato -Pulso
es el título del volumen publicado en el 2011- Barnes profundiza el
concepto de la memoria, como un ajuste de cuentas ante el final de la
vida, desde el territorio de la ficción.
El
sentido de un final
(Anagrana, 2012) narra la historia de cuatro amigos (Tony, Alex,
Colin y Adrian, el más inteligente de los cuatro), un grupo de
muchachos que compartieron la adolescencia y los primeros años de
Universidad. La estructura de la novela está montada sobre dos
bloques bien diferenciados. Por una lado los hechos, a secas, lejos
de toda pátina; y por el otro, la rememoración de los mismos. Has
pasado cuarenta años y un Tony
Webster (protagonista y narrador) ya jubilado, sólo y divorciado,
rememora su vida y su primera experiencia sexual con Verónica; su
relación con Annie, sus años de correrías estudiantiles, su
amistad con Adrian Finn, aquel brillante estudiante de Cambridge, el
último en ingresar al grupo, que terminó suicidándose; su
matrimomio con Margaret y la separación.
Así trancurre el otoño de su
vida hasta que recibe un sobre enviado por un abogado. El sobre
contiene una carta escrita por Sarah Ford, la madre de Verónica, su
primera novia. La mujer le envía quinientas libras y una misiva
disculpándose por el maltrato que recibió cuando era novio de la
muchacha. Junto con la misiva se anuncia un manuscrito (que aparece
trunco) de Adrian Finn, a manera de legado. Pero el diario del aquel
amigo fallecido no aparece. Verónica lo tiene y se niega a
entregárselo.
Y ese diario contiene un oscuro
acontecimiento del pasado visto desde otra perspectiva, que aflora en
el presente, lo que implica un revisionismo de su vida. Rexaminar el
pasado adquiere entonces una potencia insoportable, que se transforma
en dolor, pero también en un signo de lucidez. Y en ese ajuste de
cuentas, a modo de balance final, concluye el protagonista: “Hay
acumulación. Hay responsabilidad, y más allá de ellas, hay
desasosiego. Un gran desasosiego”.
Por
El
sentido de un final
-título que homenajea al trabajo homónimo sobre estudios en la
teoría de la ficción, de su
compatriota
FrankKermode- Barnes recibió el Premio Man Booker 2011.
El
sentido de un final,
de Julian Barnes. Ed. Anagrama, 186 pp, 2012. Distribuye Gussi.
Monday, January 07, 2013
LAS
CRISÁLIDAS, DE JOHN WYNDHAM
Que
se mueren los raros
Publicada
originalmente en 1955, Las
crisálidas
se convirtió en un clásico de la ciencia ficción (o “novela de
anticipación” como suele llamársele) y elevó al escritor
británico John Wyndhan a la categoría de autor de culto. La nueva
edición -publicada por
New York Review Books Classics- permite
entonces acercarse a una historia que más de medio siglo después de
haber sido escrita mantiene plena vigencia.
No
es un detalle menor situar en contexto histórico la aparición de
Las crisálidas.
Cuando Wyndhan la pergeñó hacía apenas una década de los
bombardeos atómicos a Hirohima y Nagasaki. Entonces poco se sabía
(aunque algo se sospechaba) de la consecuencias letales que los
bombardeos tendrían, a nivel genético, en la generaciones futuras.
Y la historia está ambientada en un futuro apocalíptico. El lugar
se llama Waknuk, donde existe una sociedad fundamentalista -a nivel
religioso y genético- que no tolera a los raros. Estos “raros” o
“anómalos” incluye a todo ser vivo. No se salvan ni las plantas.
De hecho, si se detecta una planta que se aparta del “ideal”
(léase las normas de la creación divina) se quema en público
mientras se cantan himnos. Una sociedad “perfecta” (un punto
común con Un
mundo feliz,
de su compatriota Aldous Huxley) donde todo está perfectamente
controlado y alienado.
David,
el protagonista de la novela (al igual que John, el salvaje de Un
mundo...),
crece en el seno
de esta hermética sociedad viendo como los humanos “anómalos”
también están condenados a la destrucción, a no ser que consigan
huir a Bordes, un territorio salvaje en el que, según dicen las
autoridades, uno se puede fiar de nada y en el que el demonio hace su
trabajo. David crece con una frase que funciona como un mantra entre
los habitantes de Waknuk: “Mantén puro el rebaño del Señor,
cuidate de los mutantes”. El disparador, que pondrá en tela de
juicio el orden establecido, es que el joven David descubre que tiene
una diferencia: puede comunicarse mentalmente con sus pares.
Descubierta su desviación David, su hermana Petra y su novia
Rosalind, tiene que huir de Waknuk. En el camino pasan por bosques,
se contactan mentalmente con Sealands, una mujer de otro país y
llegan a Fringes, un lugar donde, a diferencia de Waknuk, todas las
plantas, animales y personas son diferentes o poseen “desviaciones”.
Fringes
entonces funciona como metáfora de la libertad y de la tolerancia,
porque Las crisálidas
es, además de una
excelente novela de ciencia ficción, un alegato filosófico contra
el autoritarismo, contra el Estado policíaco (y sus aparatos
ideológicos, teoría que desarrollaría años después Louis
Althusser), el fundamentalismo religioso y sexual, y otras varias
estupideces humanas.
Friday, January 04, 2013
LA
MALA MADRE, DE SOPHIE HANNAH
Por
suerte hay una sola
La
irrupción de la trilogía Millennium
del sueco Stieg Larsson abrió las compuertas para una nueva vuelta
de tuerca a la novela policial. Es cierto que su compatriota Henning
Mankell es infinitamente más sólido y talentoso pero, vaya una
saber por qué, su personaje, el inspector Wallander, quedó
circunscrito, con honores, a los amantes del género. En cambio,
Larsson creó un personaje (Mikael Blomkvist) que escapa en cierta
medida a los arquetipos del género.
A
partir de entonces la andanada no se hizo esperar. Escritores
escandinavos como Assa Larsson, Anne Holt, Kain Fossum o Jo Nesbo
(hay que leer
Petirrojo) inundaron
las bateas. En ese marasmo se colaron algunos títulos y escritores
de otras nacionalidades. Una desconocida, al menos por estos lares,
Sophie Hannah (Manchester, 1971) apareció con No
es mi hija, un
thriller psicológico que tenía como protagonista a Alice Fancourt,
una madre que descubría que la bebe de quince días que había
quedado al cuidado de su esposo David había sido cambiada. Un miedo
atávico para cualquier madre y con el cual el lector se
solidarizaba. El tema era cuando David contradecía a su esposa y
juraba que la niña que estaba en el hogar era la misma que habían
engendrado. Hannah repetiría la fórmula --thriller psicológico +
maternidad-- con Matar
de amor y parece
consolidar en esta tercera entrega un estilo propio donde explora el
sentimiento de culpa y la perversión, a través de la maternidad.
La
mala madre
(Duomo Ediciones) cuenta
la historia de Sally Thorning, una ingeniera geólogica y madre de
dos hijos. Su vida es un auténtico caos, hastiada y cansada de
compatibilizar su trabajo y la maternidad se instala en un lujoso
hotel durante una semana. Allí, entre masajes, hidroterapias y
largas sesiones de descanso, conoce a un hombre llamado Mark
Bretherick, con quien mantendrá un romance efímero. Ambos son
casados y deciden, de común acuerdo, no volver a verse. Un año
después, Rally, instalada en su casa, ve por televisión una noticia
que la estremece. Geraldine y Lucy, esposa e hija de su ex amante
aparecen asesinadas y el principal sospechoso es Mark. Pero algo no
le cierra a Sally. La imagen difundida de Mark no coincide con la del
hombre que se acostó un año antes. Y es imposible que aquel hombre
se hiciera pasar por Mark porque sabía demasiados detalles de
Geraldine y Lucy.
La narración alterna el
relato de Sally en primera persona y las pesquisas policiales a cargo
de Simón, a lo que se le suma nueve extractos de un diario escrito
por Geradine y encontrados en su computadora. Allí, se descubre que
en realidad no era la madre que todos pensaban. Geraldine, no quería
ser madre y odia, en secreto, a su hija Lucy. El final es
sorprendente y conviene no ser revelado.
Thursday, December 27, 2012
El otro Auster
La
publicación en 1996 de La
trilogía de Nueva York
-integrada por Ciudad
de cristal,
Fantasmas
y La
habitación cerrada-
transformó a Auster en un autor de culto y al libro en lectura de
referencia para toda una generación. Algo similar había ocurrido
con la obra de Charles Bukowski y la generación precedente. El
paralelismo no es casual. Ambos incursionaron en la poesía, pero
esta faceta pasó casi desapercibida, sobre todo porque no abundaron
las traducciones al respecto. De hecho, la imagen de la carátula del
volumen -una puerta semiabierta- oficia de invitación a ingresar en
el universo poético del novelista.
Puesta
así las cosas Poesía
completa,
en edición bilingüe, viene a llenar ese vacío para los seguidores
del autor de El
palacio de la luna pero,
nobleza obliga, vale una advertencia preliminar. El volumen es,
técnicamente, una edición ampliada de Pista
de despegue. Poemas y ensayos 1970-1979,
publicado por Anagrama en 1998. El valor agregado está en el prólogo
de Jordi Doce -que además es el traductor, al igual que en Pista...-
y
en “Notas de un cuaderno de ejercicios”, escrito en 1967.
A
Auster se le ha llamado el escritor del azar -los problemas del azar
y la identidad han sido el leit motiv de su obra-, basta recordar el
comienzo de Ciudad
de cristal
cuando Quinn recibe una llamada equivocada, pero en su poesía las
obsesiones discurren entre la palabra y los muros a derribar a través
de ella. Si en La
música del azar,
los personaje Nashe y Pozzi deben reparar una deudas construyendo un
muro, en los siete poemas de la serie “Desapariciones” (1975),
Auster parece advertir que la palabra efímera, carente de contenido,
tiene en la vida el valor, el peso muerto de una piedra.
Piedras-palabras que construirán, a lo largo de la vida, un muro.
“Es un muro/ Y el muro es muerte./ Ilegible,/ garabato del
descontento,/ en la imagen y post imagen de la vida” escribe en el
poema 2, para reforzar la idea más adelante “Y de casa cosa que ha
visto/ hablará:/ la cegadora relación de las piedras/ incluso hasta
el instante de la muerte,/ aunque no sea más/ que porque habla”
(poema 5).
El volumen finaliza con “Notas
de un cuaderno de ejercicios”, fechado en 1967. Se trata de una
progresión de pensamientos cuyo eje central es el lenguaje y la
palabra. Y una sentencia que puede leerse como una declaración de
principios del universo austeriano. “La caída del ser humano no es
cuestión de pecado, transgresión o bajeza moral. Es cuestión del
lenguaje conquistando la experiencia: la caída del mundo en la
palabra, la experiencia que desciende del ojo a la boca” (...)
Sentirte separado del lenguaje es perder tu propio cuerpo. Cuando las
palabras te fallan, te disuelves en una imagen de la nada.
Desapareces”.
Poesía
completa, de Paul Auster. Editorial Seix Barral, 301 págs., 2012.
Distribuye Planeta.
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