Con el cineasta Ferruccio
Musitelli
La vida en fotogramas
Es considerado el pionero
de documental uruguayo. Tiene 84 años, una vitalidad envidiable y su
vida bien podría ser materia prima de una biopic. Una mirada
inteligente de un hombre que retrató buena parte de la historia
uruguaya de la segunda mitad del siglo XX.
De su padre heredó el
nombre, la curiosidad y el espíritu trashumante. Nació en Pando en
1927, pero al año la familia Musitelli decidió mudarse a Francia.
La elección gala no guarda misterios. “En Italia estaba instaurado
el fascismo. Mi viejo había hecho la Primera Guerra Mundial y no
quería volver a su tierra natal”, recuerda. El periplo familiar lo
llevaría luego a África del Norte, más precisamente Túnez, donde
cursaría los estudios primarios. Diez años después, el inicio de
la Segunda Guerra Mundial, lo devolvería a Uruguay.
El regreso estuvo signado
por años difíciles para la familia Musitelli. El joven Ferruccio,
con trece años, comenzó a trabajar, miestras cursaba paralelamente
el liceo nocturno. “Yo dibujaba bien. En el liceo nocturno tenía
un profesor –se llamaba Sifredi- que dibujaba en el suplemento
dominical del diario El Día. Ese hombre me incentivó muchísimo.
Eso coincidió con que durante el día trabajaba de mandadero en una
casa importadora de artículos de moda. Tenía que ir seguido a un
taller donde hacían sombreros que quedaba pegado a un estudio de
dibujo. Siempre me quedaba mirando por la ventana como dibujaban.
Recuerdo que un día, supongo que los tipos estarían cansado de que
los mirara desde la ventana, me invitaron a pasar. Les comenté que
dibujaba y me pidieron algunos trabajos. Les llevé unos en tinta
china que les gustaron”, rememora Ferruccio.
Casualidad o no –“la
mayoría de la cosas suceden por casualidad”, dirá Musitelli como
restándole importancia a los hechos- un aviso en el diario sellaría
para siempre su amor incondicional por la imagen. “Por un aviso en
el diario conseguí trabajo como ayudante de dibujante en el estudio
de Pablo Tchirky. Estuve un mes aproximadamente. Luego, un pintor
italiano, de apellido Ceria, que era amigo de mi padre, me llevó a
su taller. Allí estuve cinco años como pintor, hacía trabajos de
decorador. Esos fueron mis comienzos con la imagen. Primero me embalé
con la pintura y de ahí, casi de casualidad, derivé a la
fotografía. Como era adicto a la Biblioteca Nacional, empecé a
estudiar fotografía. Allí encontré una enciclopedia fotográfica
de Rodolfo Namia, escrita en 1903. En ese libro aprendí todo”,
resume Musitelli.
La imagen en movimiento
era otra de sus pasiones. Lo suficiente como para ver una y otra vez
Alexander Nevski o
Iván, el terrible, del genial
Sergei Eisenstein. Eran tiempos de cine
continuado donde se exhibía la misma película desde las 13 horas
hasta la noche. Y antes de cada exhibición se proyectaba un
documental o un corto de noticias. “Pasaban un noticiario que se
llamaba `Uruguay al día'. Fui hablar entonces con el director
Martínez Arbeleya. Pese a que era amigo personal de Francisco Franco
–incluso hacía los filmes propagandísticas de Franco- era un buen
tipo. Así fue que comencé a trabajar”.
Dibujo, fotografía y,
finalmente, filmación. ¿Qué fue lo que lo sedujo de la imagen?
Siempre es contar algo. Y
para contar tenés que tener una herramienta. Lo que hice fue ver las
herramientas que tenía y perfeccionarlas de acuerdo a mi necesidad.
Ese contar algo no tiene que ser forzosamente una historia. Me gusta
más registrar una situación que me produjo determinada impresión y
luego mostrarla. Yo documentaba lo que veía y me llamaba la
atención. Para eso había varios canales. Uno de ellos era el
económico. Necesitaba ganar algo, sino no podía hacer nada. Por
ejemplo, con un colega filmamos la pelea de Dogomar Martínez con Kid
Gavilán y nos fue muy bien. Nosotros sabíamos que el público que
no iba a ir al Palacio Peñarol, le iba a interesar ver la filmación.
Los cines se llenaron, hacían colas para verla. Con la pintura
también. Pintaba cuadros y los vendía ¿Ves el cuadro que está ahí
colgado? (Se refiere a La cacería del halcón)
Lo pinté cuando tenía 16 años, pero me equivoqué. Es muy grande.
No te lo compra nadie (se ríe). Después reduje el tamaño y algunos
se vendieron”.
De hecho, en su casa sobre
la avenida Millán hay varios cuadros de su autoría. En uno de ellos
se observa un girasol en un jarrón. Le pregunto sobre su significado
y asoma una sonrisa pícara. “Tiene su historia. Estábamos en
Italia con mi mujer y compró unos girasoles. Cuando llegamos a la
casa se lamentó de su corta vida. Quise retratarlos en todo su
esplendor, para perpetuarlos, como un regalo para Chispa”.
Chispa es su esposa desde
hace sesenta años. Ajena al piropo, le alcanza una foto en blanco y
negro. En la imagen se puede ver a Ferruccio suspendido en el aire,
sentado en una grúa casera, manejando una cámara. “Esta grúa la
hice hace veinte años. Y fabriqué otras cosas. Fui amigo de
Francisco Tastás Moreno, un personaje que hizo mucho por la
fotografía y el cine en este país. Él hizo las primeras máquinas
de revelar películas en blanco y negro y en color en 35 milímetros.
Siendo amigo de él, me nutrí de su habilidad y aprendí muchas
cosas. Así fue como hice una máquina de revelar películas color 16
milímetros. Luego la llevé a Buenos Aires y se la vendí al
hipódromo de La Plata. Ellos la necesitaban para filmar en colores
la llegada de los caballos en las carreras. Cuando era un final
cabeza a cabeza, la única forma de saber quién había ingresado
primero al disco era por el color de las casacas”, señala.
Cámara en mano
Usted ha realizado más
de un centenar de documentales. Acaso los más conocidos sean La
ciudad en la playa, Orientales
al Frente y Trabajadores
de la construcción. Este último
recibió el premio de la Crítica.
Orientales al Frente
es donde aparece la imagen de Líber Seregni que se ha repetido
cientos de veces. Queríamos otra cosa para el Uruguay.
Lamentablemente vino la dictadura. Trabajadores…
fue un lindo trabajo que hice por encargo del sindicato. Esa película
se perdió. Yo regalé algunos pasajes porque tenían que ver con el
Golpe de Estado. Era absurdo que me lo guardara para mí, para
tenerlo debajo de la cama. Marchó a Estados Unidos, a Italia,
Francia, Alemania…
¿Cómo vivió esos
años?
Con el tiempo me di cuenta
que fui muy cuidadoso. No me ponía en un primer plano. No me
interesaba lucirme, además era riesgoso. Una de las cosas que hice
fue reducir al mínimo mis herramientas de trabajo. Iba con un
bolsito y una camarita Nikon con un solo lente. Lo hacía para no
llamar la atención. Con el tiempo me enteré que eso de andar con
una máquina chiquita para pasar desapercibido ya lo había hecho,
aunque por otros motivos, Cartier Bresson. Igual no tuve suerte.
Recuerdo que una vez me sacaron de la cama a las tres de la mañana.
Estuve cinco días de plantón.
De algunos de esos
documentales, lamentablemente, ya no quedan registros.
Sí, por ejemplo el de una
familia italiana que vivía en una isla del río Negro. Yo trabajaba
en el noticiario alemán Emelco, propiedad de unos judíos que vivían
en Argentina. Con uno de los directores del noticiario, Enrique
Fabini, siempre salíamos a filmar al interior del país. Fuimos a
una isla del río Negro, que era un pequeño conglomerado humano.
Esta familia, de apellido Peletti, vivía de la caza y de la pesca.
Cazaban fundamentalmente jabalíes y carpinchos. Estuvimos un mes
viviendo a monte con ellos. Fue de lo más lindo que filmé en mi
vida
Otro de sus trabajos
más recordados y premiados es la serie de fotos del conventillo
Medio Mundo. Se lo ha llegado a comparar con un documento de corte
antropológico.
Se ha dicho eso sí, pero
me parece una exageración. Fue por el año 54 que hice ese trabajo.
Filmé y fotografié el Medio Mundo con una pequeña máquina Rolley.
Se expuso una serie veinticuatro fotos. En ese momento tuve la
impresión de que el Medio Mundo no iba a perpetuarse en el tiempo.
Uruguay estaba en una etapa pujante y me parecía extraño que tan
cerca del centro de Montevideo permaneciera por mucho tiempo un
conglomerado de personas de piel negra. No recuerdo quién me habló
del lugar, pero sí que no fue un trabajo por encargo. Recuerdo
también que existía una gran armonía dentro del predio, donde
vivía gente muy simple. No había otra manera de vivir allí sino
era en armonía. Entré y me dejaron fotografiar sin problemas a las
señoras que lavaban la ropa, los balcones con la ropa colgada, a los
niños jugando. Y creo que esa atmósfera se nota, se palpa, en las
fotografías. Algunas de ellas son de mucha ternura, espontánea.
Ninguna de las fotos fue preparada, ni posada.
También trabajó para
medios extranjeros.
Lo hice para la televisión
de Alemania Occidental y la Oriental, la RAI, la Unesco y la American
Broadcasting Company. Precisamente, trabajando para la American
Broadcasting, mientras esperaba en Cementerio Central para filmar
sobre el tesoro de las Masilotti, conocí a un periodista argentino
que se llamaba Dalmiro Coronel. Tiempo después me llamó diciéndome
que estaban necesitando un camarógrafo para filmar una entrevista
con (Eduardo) Víctor Haedo. Así fue que comencé a trabajar junto a
Roger Lindley, un periodista de la cadena. Comenzamos a trabajar en
varios países de América latina. Filmé a Jakqueline Kennedy y a
Kennedy cuando visitaron Colombia y Venezuela. También al Che
Guevara, a Fidel Castro. Estuvimos en Río de Janeiro cuando el
gobernador era Carlos Lacerda, opositor del entonces presidente Janio
Cuadros. A Lacerda lo filmé en la universidad dando el discurso que
fue lo que disparó el golpe militar que produjo la caída de
Cuadros. Estuve, no recuerdo si cuatro o cinco días. Filmé los
tranvías con los racimos humanos colgando de ellos y todo el
tránsito enloquecido. Todo eso lo pasó después la televisión
brasileña. Estuve presente, filmando las elecciones en Trinidad y
Tobago, cunado se independizó del Imperio Británico.
¿Cómo se lleva con la
nueva tecnología?
La fotografía está
muriendo. Ahora todo el mundo es fotógrafo. Cuando digo que está
muriendo me refiero a un aspecto de la fotografía. Por otro lado,
siento que se valorizó la percepción de la imagen. La gente mira
más, sabe mirar más, porque tiene más medios para hacerlo. Ahora
hay celulares y camaritas que son accesibles. Y la cámara te enseña
a mirar, a descubrir otro mundo.